Archive for the tag 'arroyo Carboneras'

Bienestar con árboles en otoño en el arroyo Carboneras

Andrés Rodríguez González Octubre 16th, 2020

Bienestar con árboles en otoño en el arroyo Carboneras

Partimos del carril de Quejigales en el cruce con la unión del arroyo de la Fuenfría con el arroyo de Carboneras. El primero trae agua desde los terrenos de peridotitas de la Fuenfría y el segundo desde los pinsapares de las Cañadas de Ronda.

Vamos en dirección norte por un carril que atraviesa un joven bosque de encinas que ha crecido a partir de matorral de encinar levantado a base de “limpias” realizadas en los últimos 35 años.

Pronto llegamos a las ruinas de lo que fue uno de los cortijos más grandes del actual Parque Natural de la Sierra de Las Nieves, Rajete. Un Ailanto sustituye curiosamente a los típicos nogales, chopos, higueras o encinas que existían en las entradas de los cortijos. Ese ailanto ya existía en forma de un hermoso árbol de un único pie hace 35 años cuando yo llegue aquí por primera vez. Ahora el ailanto esta envejecido, con el tronco deteriorado y a sus pies crecen muchos chupones. El cortijo está en ruinas y pronto caerán los techos, fue una hermosa construcción de dos plantas que conserva restos de su pasado esplendor como un patio empedrado de grandes losas, una gran cocina  y un horno en buen estado. No hay restos de manantial aunque agua debió haber en las inmediaciones, un pilar relativamente nuevo así lo atestigua. Cerca del llano donde se ubica el cortijo existe una era empedrada y, curiosamente, un algarrobo de pequeño porte que con seguridad alguien ha sembrado allí.

Desandamos nuestros pasos por donde hemos venido para tomar un carril que se abre a nuestra izquierda donde encontramos una cancela, se inicia un bosque de pinos de repoblación y encinas, el camino ya apenas visible, termina en el arroyo Carboneras donde han realizado una abundante repoblación de fresnos, espinos majoletos, Philireas, arces y otros vegetales en un intento de que recupere el bosque en galería que debió albergar.

El otoño las montañas, las formas caprichosas de la erosión del arroyo en el cauce los contrastes de colores de los árboles con su belleza, admirar los delicados claveles silvestres nos permitirá sentir con la vista, el olor del suelo y de las plantas a sentir con el olfato, el sonido de pájaros e insectos con el oído, al probar algún fruto comestible como los del majuelo apreciaremos sabores y tocar troncos de árboles, palpar las hojas, los musgos, las rocas… nos hará sentir con el tacto.

Regresamos al punto de partida por el cauce del arroyo aguas abajo o sus inmediaciones ya que el arroyo ha erosionado poderosamente el cauce. Veremos los interesantes y escasos Cotoneaster, los bosques de encinas y sobre todo el contraste de colores de otoño de los arces, de los espinos majoletos y de los fresnos antes de caer sus hojas.

Paisajes de la Serranía de Ronda: Cortijo de la Viborilla.

Andrés Rodríguez González Enero 19th, 2017

Paisajes de la Serranía de Ronda
Cortijo de la Viborilla.

Entre la Sierra Hidalga y la Sierra de Las Nieves existen una serie de “cortijos” que son impresionantes. No por parecerse a los cortijos andaluces del Valle del Guadalquivir, sino por todo lo contrario. Estos no están rodeados de fértiles tierras sino de esterilidad y rocas desnudas. Cortijos son el nombre con el que se les conoce, pero son actualmente una ruina con cuatro paredes que apenas se levantan del suelo, al lado suelen tener una menguada fuente, algún moribundo o fallecido árbol y una pequeña “era”, testimonio de que los escasísimos suelos con poca pendiente entre rocas eran cultivados. Cuando estaban habitados, sus condiciones no debían ser mucho mejores, la dureza del clima con frecuentes y duras nevadas, la incomunicación a la que estaban sometidos sus habitantes, con veredas maltrechas y empinadas, la escasez de agua con menguados nacimientos  y, a veces, alejadas fuentes, debían hacer muy duras las condiciones de vida. La pobreza de estos terrenos áridos, de calizas y margocalizas, con fuertes pendientes, contrasta con los suelos de la otra ladera de Sierra Hidalga, la que mira a Ronda, de suelos fértiles y con horizontes bien desarrollados. En los terrenos que hoy nos ocupan la mayoría de la superficie está cubierta por piedras y rocas que carecen de suelos, entre los escarpes rocosos serpentean pequeños torrentes que vierten sus escasas aguas hacia la cabecera del río Guadalevín o su principal valedor, el arroyo Carboneras que recoje aguas de las Cañadas del Cuerno y de Enmedio del Pinsapar de Ronda y de La Fuenfría.

El agua está presente en épocas de lluvias pero en verano, gran parte de la primavera y bien avanzado el otoño, aquellos terrenos bien pueden confundirse con una zona desértica o un predesierto de Almería. En determinados lugares, el agua filtrada en el suelo o la caída en forma de nieve, aflora al exterior cuando las arcillas impermeabilizan el terreno, y lo hace en forma de escasas fuentes; cerca de ellas, si el escaso suelo lo permitía, a veces existen restos de pequeñas albercas y lo que debieron ser pequeños huertos. Y entre los minúsculos llanos con un poco de tomo de suelo, se adivina, con mucha imaginación, que eran los dedicados a los cultivos de cereales, cultivos casi artesanales que debían hacerse con arado romano y mulo o burro como toda ayuda, en un intento de arañar algo productivo a la tierra esteril.
Siempre que visito estos cortijos, la Sardina Baja y Alta, el Hoyoncillo, Malillo, Cobatillas, Colmenarejo… tanto si entro por Manaderos como si lo hago por Lifa o por el arroyo Carboneras junto al Refugio de Quejigales, pienso en la dureza de la vida de los aparceros que por aquí sobrevivían.  Y digo bien, sobrevivir, por que vivir aquí no es vivir. Veo a los pastores cuidando rebaños de los señoritos de Ronda, pensando cómo justificar ante ellos no poder pagar la aparcería por la sequía, la enfermedad o la espantá de los rebaños por los truenos y tormentas, veo a los muchachos mal vestidos y peor calzados, ocupados todo el santo día en buscar la oveja o la cabra “paria” que no aparece, en evitar que las cabras invadan el huerto o se coman los cultivos de cereales; pienso en las muchachas ayudando a la madre en sus múltiples obligaciones, tal vez soñando con un hombre que les saque de allí para llevarles a una vida mejor; pero sobretodo, pienso en las mujeres que aquí vivieron, aquí parieron, lloraron a sus hijos muertos al nacer o picados por víboras, despeñados en algún tajo; tal vez soñando con que alguno de sus hijos pudiera irse a Ronda como “aprendiz” de algún oficio o alguna de sus hijas a casa de los señoritos a “servir”. Imagino mujeres duras, descalzas por darles sus zapatillas a las hijas, temerosas por el futuro de sus hijos y a la vez valientes para vivir el día a día. Y sobre todo pienso en las mujeres que vivieron en el cortijo de La Viborilla. ¿Y por qué en éste? Porque desde aquí se ve Ronda, que representaría el paraíso prometido, el lugar donde se iba un par de veces al año. Donde vivían parientes y quizás, algún novio que trabajaba en una tienda de la calle La Bola, un mozo que le prometío una vida mejor cuando viniera de “la mili”, y que no pudo cumplir su promesa porque antes el amor fue truncado por una suegra que le arreglo el matrimonio con alguna vecina, una “casi suegra” que le jodio la vida y, a la vez, le dio los sueños de la vida que nunca vivirá.


Imagen de Josep Cuatrecasas del año 1930, cuando vino a realizar una visita a los pinsapos.