Paisaje de la Serranía de Ronda: La Nava en Verano
Andrés Rodríguez González Septiembre 5th, 2017
La Nava me acuna.
Tres de septiembre. Para mí, ir a La Nava, en cualquier época del año, me aporta paz interior y relajación. Fue el primer lugar de la Sierra de Las Nieves que conocí llevado por D. Julian de Zulueta que me presentó al padre del actual dueño y al guarda, Manuel, de ambos aprendí mucho, después he visitado la finca muchas veces. Allí he vivido muchos de los mejores ratos de mi vida, conocí a un personaje que me inspiró alguno de mis relatos, Felipe, que me mostró la bondad y naturalidad de las gentes del campo. En sus casas rurales tengo algunos de los mejores recuerdos familiares. Tengo la suerte de gozar de una vieja amistad con Paqui, Tom y sus hijos.
Recuerda que es una propiedad privada, por lo tanto el acceso puede ser denegado por los dueños, entre otras cosas porque se esté cazando. Pide siempre permiso y no recolectes fauna, ni flora, ni piedras ni cuernas de animales. Siempre puedes alquilar una estancia en sus casas rurales.
En esta visita que contó con los permisos necesarios, Gonzalo y yo, encontramos una “pala” de gamo que, como debe ser, se la dimos a los dueños al regreso del paseo.
Bajo el Cerro Alcor - o Alcojona- se encuentra La Nava antes llamada Nava de San Luis. Las moscas (si vas en verano puede ser que vuestro olor corporal atraiga a estos dipteros, debemos usar un repelente específico antimoscas porque pueden ser muy insistentes y pesadas) y las mariposas (como la hermosa Pandora y la disimulada Hipaparchia semele) son muy abundantes,
se ven cabras también en las cercanías de la finca. Las raíces de pinsapo, como las de alcornoque se agarran al suelo arcilloso del bosque de alcornoques impidiendo que los torrentes lo arrastren a las profundidades de las dolinas del llano a través de los sumideros.
El ciruelo silvestre muestra sus grandes frutos que algunos prefieren a los pequeños endrinos para producir su propio pacharán. En el bullicio silencioso del bosque se hace un silencio total, tanto que hasta las moscas parecen quietas, pasa en vuelo rápido sobre el “aguaero” donde esperamos que los pequeños pájaros entren, recortando troncos de pinsapo, un Gavilán. Como diría un antiguo y desaparecido amigo “por esto sólo ha compensado echar el día”.
Hermosos y pequeños pinsapos crecen por todas partes, hasta en las grietas de las rocas, a veces con troncos solitarios, otras en forma bífida, triple o cuatrupe y hasta cinco troncos juntos que nunca sabré si es uno solo que se divide desde el suelo o son cinco árboles diferentes.
Imagina que todos te miran con curiosidad desde los pequeños -pidiéndote que no los pises-, hasta los grandes que lo harán con poderío y curiosidad.
Yo los miro con admiración, como a los alcornoques y a los demás miembros de esta ciudad-bosque. Nunca sabré si los escasos pinsapos que crecen, lentos y débiles, son pequeños que esperan con paciencia a que alguno de los gigantes muera para que le llegue la luz y la energía contenida en los restos putrefactos del gigante derribado o son errores cometidos por los gigantes al dejarlos vivir bajo su protección, tal vez sea, simplemente, el ciclo de vida y muerte, muerte y vida, que, además es único: morir para que otros vivan sobre los cadáveres de los muertos.
¡ Que poco hemos aprendido los humanos de los verdaderos sabios de la vida: los árboles¡.
Nos despedimos de la familia.
Hablo con Clara, hija mayor de los dueños, vive la finca como sus padres le han enseñado, sintiéndola como uno más de la familia, con el cariño que da considerar la finca como un hermano, con sus dotes naturales de observación y su formación científica, me explica la posible razón de la existencia de pinsapos “de color azul y otros de color verde oscuro”, pero eso lo dejamos para otro paseo. Como dice Paqui, “La Nava me acuna”.
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